viernes, 20 de julio de 2007



Dipinti al olio


¿Cómo enfrentar el horror vacui? Es algo que todos debiéramos preguntarnos en este mundo del que ya no estamos seguros si se encuentra en un estadio moderno, posmoderno o transmoderno. Nos encontramos en los espacios de las ciudades con una saturación de personas y de objetos, prácticamente un hacinamiento.

Simplemente, recibimos estímulos por todas partes, que en su gran mayoría fomentan el consumo y generan deseos insaciables, inalcanzables y absurdos, aunque entre estos existen algunos que tienen otros objetivos más nobles que buscan ayudar a crear conciencia sobre cierta problemática, sobre necesidades concretas de grupos vulnerables, en fin tratan de tomar cierta responsabilidad social, pero de pronto su impacto parece diluirse en el ambiente y sólo funcionar como algo más que ayuda a saturar el espacio.

Pero es este mundo en el que los estímulos y el raudal de información, imágenes, sonidos, olores y sensaciones han fomentado una forma de percibir, es decir, de captar información del entorno, con la cual, cada uno puede elaborar una representación de su “realidad”. ¿cómo es la suya?

En este tipo de circunstancias es que de pronto podemos decidir trasladarnos en la ciudad hacia la calle de Francisco Pimentel #3 en la colonia San Rafael (imaginen el trayecto desde donde se encuentren). En este sitio se halla la Galería Hilario Galguera. Ustedes al entrar se encuentran en el patio con una escalinata que los lleva al espacio de la galería y antes de penetrar en ella observan en el muro el nombre (de una artista griega) Athina Ioannou, Dipinti al olio (el título de la exposición). Al entrar se hallan en un primer cuarto blanco. Y es entonces cuando, muy probablemente, uno tiene la posibilidad de confrontar el horror vacui. Y la experiencia apenas inicia.

El marco de un acceso deja entrever un color muy intenso. Al entrar a esta sala, uno descubre una serie de telas (sin marco, ni bastidor) de las mismas dimensiones con colores muy intensos y cada uno con trazos de líneas verticales que aparentemente a primera vista parecen generar un juego óptico pero todo es mucho más sutil. Paseamos por el espacio de la exhibición y encontramos el mismo efecto, incluso en una pequeña sala en la que se encuentra una de las piezas de Athina delimitando el espacio que ocupan tres piezas de Demian Hirst.

Hay pocas pistas alrededor. No existen cédulas ni texto de sala. Las hojas que se encuentran en la entrada donde hay un breve texto tampoco nos dan la certeza de qué es lo que tenemos enfrente. Aquí es donde definitivamente puede operar el horror vacui. Esta es una exhibición que considero que exige mucho del espectador.

La única clave es el título lo que nos lleva a pensar que esas telas que penden de los muros son pinturas, sin embargo, me queda la sensación de que no es así. Vuelvo a observar y me doy cuenta que el montaje requirió modificar la iluminación de la galería, por esto hay esa intensidad que hace que el color tenga tal vivacidad, además el olor al aceite de linaza es inconfundible.

Los trazos de las líneas muestran accidentes y algunas de esas líneas son de menos definición. Al estar un rato en la sala me di cuenta que eso no era lo que simplemente aparentaba ser pero a otro nivel era para mí un ejercicio de confrontar el vacío.

Al platicar con Athina sobre la exposición, me doy cuenta que se trata de un ejercicio de reflexión sobre el ser de la pintura y es realmente fascinante. Quizá a muchos les parezca aventurado lo que diré pero esta exposición es un ensayo visual y espacial sobre la pintura.

Traten de afrontar o confrontar el horror vacui, de encontrarse frente a algo que ni siquiera tiene que ver con la abstracción, el op art, o cualquier cajón que quieran buscar porque es una pieza para sitio específico que lleva una vez más a la artista a articular sus ideas sobre la pintura: el marco, el bastidor, la luz, el color, la línea, el reverso del cuadro, etcétera. Lleva años con esta investigación. Ella cuestiona los límites de la visibilidad, que por lo tanto lo que genera en nuestra experiencia es un rompimiento de nuestra manera de objetivar conscientemente la realidad. No necesitamos ver para creer, necesitamos observar sin temor para dejar de ser como diría Paul Virilio, ateos ópticos.


Eloísa Mora Ojeda
Publicado en SABADO, unomásuno, 14 de julio 2007